El rincón de Cuatro

Mi madre siempre me ha dicho «Tú con el perdón lo arreglas todo» como queriendo decirme que a veces pedir perdón no es suficiente y; sin embargo, yo soy de las que un «lo siento» dicho con sinceridad les hace temblar las piernas. A veces, cuando me paro a darle vueltas me doy cuenta de que es estúpido, de que con solo dos palabras no se pueden curar las heridas y el daño causado, que hacen falta hechos para sanar tantas decepciones. Pero a la hora de la verdad me derrito por dentro cuando me dicen «te echo de menos», tal vez porque yo también extraño, extraño todo lo bueno que había. Echo de menos las risas y los buenos momentos, pero ¿a qué precio? Si aún cuando ni siquiera se han solucionado las cosas ya me siento decepcionada, decepcionada porque yo soy de las que remueven cielo y tierra por los demás, decepcionada porque tiendo a esperar lo que yo daría por ellos y luego me llevo chascos. Con los años he intentado obligarme a no creer en las promesas, a no esperar nada de nadie, a hacer que mi felicidad no dependa de los demás. Es más, con el tiempo me he obligado a no hacer promesas que no esté segura de cumplir, a dar a los demás todo lo que me gustaría que me diesen y a intentar no hacer lo que no me gustaría que me hiciesen. Sin embargo, todos tenemos debilidades, personas en las que crees ciegamente y aunque te lastimen de vez en cuando siempre tienen segundas, terceras e incluso cuartas oportunidades. Supongo que soy débil y que en el fondo no sé ser independiente por mucho que lo intente. El cariño que tengo hacia otros nubla por momentos mi cabeza y acabo recayendo en los mismos errores una y otra vez, pero es el precio de haber dejado a alguien entrar en tu corazón. Dar a alguien un pedazo de ti no es difícil, lo difícil es recuperarlo. 

Cuando todo suena a excusas ¿a quién debo creer?